Héctor tiene 4 años y muchas ideas en la cabeza, tantas que a veces se le salen de la boca solas y se le enredan en el pelo. Tiene los ojos grandes, porque quiere verlo todo, aprenderlo todo; y las cejas espesas para que el sol no le deslumbre demasiado.
Héctor quería ser bombero desde que cumplió los 2 años, porque los bomberos ayudan a todas las personas, sean buenas o malas, porque todos necesitan ayuda alguna vez, y a lo mejor, eso les hace ser más buenos.
Le gusta el color verde, y el azul y el rosa y el naranja. Le gustan todos los colores, porque todos son bonitos si los sabes mezclar bien. No hay colores feos, dice, porque hasta el marrón, que es aburrido, a veces se disfraza de chocolate.
No termina de entender el mundo, ni por qué los mayores usamos dinero en lugar de intercambiar cosas. -Todo el mundo sabe hacer algo que pueda servir a los demás, pero no todos tienen dinero. Quien inventó cómo funciona el mundo debe de ser un poco tonto, o inútil. Pobrecitos los que mandan, que no saben hacer nada más que mandar.
En los días de viento, juega con sus amigos a que son caballeros que luchan contra él, porque sopla y les despeina las ideas. Todos deben de elegir un arma para la batalla, como buenos caballeros, pero él siempre elige el escudo. ¿Qué tiene de especial? El escudo no puede herir a nadie, sólo te protege, pero mientras los demás se cansan de dar espadazos al aire, Héctor puede avanzar, protegido y protegiendo a todos los que se cobijan junto a él.
A veces, cuando cree que nadie le escucha, se dice cosas en voz alta. No es que hable sólo, es que de quien mejor se aprenden las cosas es de uno mismo, y si se lo explica, lo entenderá mejor que si se queda con la duda. Y por eso, cuando los mayores se enfadan, les pide que se cuenten a ellos mismos por qué, para saber si tienen razón o sólo tienen sueño.
Héctor tiene la habitación siempre revuelta, pero ayuda en casa. Le gusta cocinar galletas y se pasa horas con la misma cuando toca comer... para ir conociéndose. Su plato favorito son los macarrones, con chorizo y mucho queso, pero siempre se le quedan fríos.
No le gusta que las personas se disgusten y se dejen de hablar. No lo entiende. - ¿Cuando alguien se muere, puedes hablar con él? - No, cariño. O al menos, no te puede oir. - Entonces, ¿por qué no aprovechar ahora para hablar, jugar, si con el tiempo ya no podremos hacerlo?
Tiene la costumbre de saludar a todo el mundo que se cruza por la calle, aunque sus papás le regañan porque es peligroso, se sienten muy orgullosos de él y su gran corazón. Héctor tiene un corazón muy grande, como sus ojos, para sentirlo todo, aprenderlo todo, pero sólo se guarda lo bueno, que lo malo ocupa el doble y no cabe.
Héctor hace magia, aunque no lo sabe. Héctor cree que puede abrir el coche de papá, y que “abracadabra” susurrado despacito puede hacer que las cosas cambien de sitio o de color. Pero su mejor truco es dar los mejores abrazos a quien los necesita, y llevarlos de la mano a un mundo que, parece el mismo, pero es mucho más bonito.
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