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La importancia de un abrazo.

Come, calla, duerme. Los pequeños deben tener unos márgenes, unos límites para poder vivir en sociedad, pero ¿Qué sociedad? Nadie puede negar que vivimos tiempos en los que la misma muestra claros síntomas de una enfermedad tan común como mortífera, la falta de respeto por los demás y por uno mismo. Y la cura la tienen ellos, y están en nuestras manos.

Nada más nacer, los etiquetamos con un nombre y les marcamos con apellidos, Martinez, Perez, López... Hijo de Martín, de Pedro, de Lope. Una nacionalidad, religión, vertiente política. Les damos aquello que aún no nos han pedido, aquello que no nos pedirán, pero, ¿Les damos lo que necesitan?


En la Pirámide de Maslow se reflejan muy claros estos “dones” de los que les hacemos entrega. Fisiología (identidad), seguridad (casa, alimentos, salud, “un futuro productivo”). Pero no hemos de quedarnos ahí, en el segundo escalón, un ser no está completo hasta que no obtiene cada uno de los cinco peldaños. No podemos vivir sin afecto, individualidad (afiliación), y esto, por suerte o por desgracia, no podemos delegarlo en la escuela, ha de nacer en el hogar, aunque luego se ramifique más allá. Por mucho trabajo que tengamos, por muchas horas que tengamos que pasar fuera de casa para darles lo básico, siempre tendremos un ratito para hacer que se sientan queridos, para que puedan llegar al cuarto escalón y confíen en ellos mismos. No pueden aprender a quererse si no se sienten queridos. No pueden respetar si no son respetados. Todos necesitamos besos y abrazos.

La diferencia entre niños y adultos es que ellos ya “traen de fábrica” el quinto y último peldaño, la autorrealización. Son creativos, espontáneos y sin prejuicios, confiados y capaces de encontrar una vía alternativa ( a su manera) para resolver una dificultad, y capaces de aceptar las cosas tal y como son, no como les queremos imponer. Sólo tenemos que hacerles la vida fácil y agradable, y no hay mejor forma de hacerlo que guiarlos para que ellos mismos sean capaces de proporcionarse lo que necesitan para subsistir, contagiándonos de su entusiasmo por la vida.


Deben comer, sí, pero no se trata de engullir, sino de saborear. Deben callar a veces, por respeto a los demás, pero también deben ser escuchados. Y deben dormir, pero para descansar y reponer fuerzas, no para quitarse de en medio por unas horas. No tienen botón de apagado.

Tan importante es desear a nuestros hijos unos dulces sueños, como un día feliz. Ellos no necesitan cerrar los ojos para vivir grandes aventuras o sobrevolar a mil kilómetros del suelo. No tienen el plomo en los zapatos que nos dan al “madurar”, aún conservan las alas de pegasos y hadas en las que nosotros dejamos de creer.

A los niños no hay que enseñarles las cosas, no hay que metérselo en la cabeza, hay que acompañarles en el camino del autodidacta, para que no se pierdan mucho de los límites de la convivencia. No se trata de forzarles a comer con cubiertos, se trata de que ellos solos investiguen y descubran cómo hacerlo, a su manera. No hay que forzarlos a leer memorizando el abecedario, hay que mostrarle la magia de los libros y lo que se esconde tras cada renglón. Es de ellos de quienes tenemos mucho que aprender, aprender a volver a los orígenes de nuestro ser, a colorear cada página de nuestro diario, a llenar de magia el día a día. Deberían querer aprender a leer.

Es más importante desarrollar la pasión por cada cosa que hacemos, por pequeña que sea, que aprender de manera mecánica a realizar tareas rutinarias que pronto acabaremos por odiar. Nuestra, su meta, ha de ser trabajar en lo que aman, y amar aquello en lo que trabajan. Deberíamos enseñarles a amar cada paso que dan, cada cosa que descubren, pero caemos en el error de pensar que es algo aprendido, pues ya lo hacen, desde la primera bocanada de aire. Cada sabor, cada olor o tacto, los sonidos, las luces y colores, todo es asombroso cuando se mira con los ojos de la infancia, ellos saben mucho más que nosotros de cómo ser feliz... el truco está en limitarse a ser, que las cosas serias, en el más estricto sentido de la palabra, ya las irán aprendiendo por el camino.

Yo sólo soy madre, no tengo ningún conocimiento pedagógico, ni psicológico, pero amo a mi hijo, no sólo por lo que conlleva, por ser parte de mi ser o el fruto de amor, pasión y convivencia con mi pareja. Lo amo porque es él quien me enseña a mí cada día que la vida es más simple y más hermosa, me enseña cómo soy realmente, o cómo fui antes de dejar que el peso de las responsabilidades sociales me anclase al suelo.


Ellos nos enseñan mucho, si les sabemos escuchar, nosotros hemos de limitarnos a ayudarlos a descubrir sin dejarles olvidar quienes son.Individuos pequeñitos, personas enteras desde el primer día, y han de seguir siéndolo hasta el último, respetándose en su individualidad, y respetando la de todos. No hay palabras que transmitan el cariño y el respeto mejor que un abrazo. Gracias a la Escuela Infantil Sol y Luna. A Lola por su paciencia infinita, a Ester por ese cariño tan cálido, a la dulzura de ambas. Y a Verónica, la mano firme y amorosa que acompañó dando seguridad a mi pequeño en sus primeros pasos fuera del nido.


http://escuelainfantilsolyluna.blogspot.com.es/

Adoro las charlas infinitas, y las breves, con vosotras. Tenéis algo muy importante que aportar a las nuevas generaciones.

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